Nº 23

Asoma la cabeza. Levanta la vista hacia la izquierda, hacia la derecha hasta donde alcanza la mirada. Son las cuatro y media y no hay nadie en la calle. Un primer paso, y diez más sobre la acera. Ha dejado la puerta abierta, aunque no se ve nada en el interior más que otra pared. Extiende la mano bajo las hojas. Acaricia. Sigo aquí. Aunque no me veas. Un hombre enmascarado arrastra su furgoneta por la calle. Se esconde tras el árbol. No le ha visto, pero yo sí. Desde el otro lado, acaricia las hojas. Nuevas, largas, puntiagudas. Parece que haya más que esta mañana. No puede acariciarlas todas, pero lo hace. Todas, su tacto, sus ojos otorgan especial atención a cada una. Están todas. ¿Cuánto más crecerá el árbol hasta que vuelva? Diez pasos de vuelta y el portal se cierra. El reflejo inquebrantable no deja constancia. 


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